

Estos días me la he pasado escuchando a Rammstein. La primera vez que tuve contacto con su música, por fortuna, fue en vivo, cuando le abrieron el concierto a KISS en 1999. Visualmente fue todo un desconcierto, pero bastante agradable, muy loco. Su música me gustó a la primera porque sonaba -dentro de la vanguardia del metal de aquella época- con un toque ochentero. Además, el teclado me encantó porque no era un acompañamiento melódico, sino con sonidos un tanto "industriales" si se pueden describir así, lo que le terminaba de dar un toque más inhumano a su música. Realmente una maravilla.
Recordé todo esto porque acabo de conseguir Live aus Berlin, y después de que termina la última canción se escucha una grabación, la misma con que cerraron su presentación aquí, en México. Qué alucine de final. Después de presenciar a un poderoso grupo de rock, lleno de explosiones, envueltos en llamas, fuego y demás actos pervertidos y amorales, los integrantes agradecen al público mientras se escucha una bella canción.
Dicha canción es interpretada por una cantante de bel canto. No sé si esa cantante es Nina Hagen, pero la voz se escucha hermosa; además, la melodía te envuelve porque es una escala pentatónica, lo que le da un aire oriental, aún más misterioso. Lo primero que pensé fue: "¿Por qué utilizan un contraste tan fuerte para finalizar?" Tuve una sensación entre desconcierto, tristeza, angustia, pero sólo fue por un momento. Tal vez también sea una muestra de la cultura con la que crecen los alemanes.
En fin, yo creo que pocos grupos dan con una fórmula exacta para crear grandes cosas, y para ser de los grandes en el escenario. Dioses.
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